Ayer fue el Día de la Madre.
Y como cada año, las redes sociales se llenaron de fotos con flores, desayunos en la cama, frases cursis de Pinterest y declaraciones públicas de amor…
Pero hoy es lunes.
Hoy ya nadie sube fotos. Hoy hay que volver a la realidad.
La realidad de muchas madres que hoy se levantaron sin dormir bien.
Que prepararon uniformes y loncheras.
Que fueron a trabajar con la culpa pegada en la espalda y regresaron con el cansancio colgado en los ojos.
Madres reales.
Sin filtro. Sin maquillaje. Sin aplausos.
Pero también hay otra realidad que incomoda más que la ojeras.
La de muchas madres que viven en piloto automático.
Que están tan ocupadas en “verse bien” que se les olvida “estar bien”.
Tan enfocadas en la apariencia, en el reconocimiento, en el qué dirán, que terminan educando desde el cansancio, la rabia o la indiferencia.
¿En qué momento se nos olvidó lo que realmente significa ser madre?
Una madre no es solo una proveedora de servicios domésticos, ni una mujer con hijos en su feed.
Una madre es una arquitecta de almas. Una entrenadora de humanidad.
Y eso no se hace desde el afán, el celular o el resentimiento.
Por eso este post es un homenaje, sí.
Pero no a todas las madres.
Es un homenaje a las madres que despiertan.
A las que se atreven a mirar su caos con honestidad.
A las que ya no quieren repetir patrones heredados.
A las que están aprendiendo a sanar para criar desde la conciencia, no desde la culpa.
A las que se dan permiso de ser mujeres reales, no robots multitarea.
A las que no se comparan con la vecina perfecta, sino que se escuchan a sí mismas.
Este es un homenaje a ti, mujer que eliges ser madre despierta.
Aunque no tengas medalla.
Aunque nadie te lo reconozca.
Aunque a veces sientas que fallas más de lo que aciertas.
Porque mientras muchas siguen apagadas, tú estás luchando por apagar el piloto automático.
Y eso ya es un acto de valentía.
Sigue volando.
Tu familia no necesita una madre perfecta.
Te necesita presente.